DEL MICROSCOPIO
“Muchas veces me dijeron ‘usted es la parábola de los talentos, bonita, culta y tiene que dar’. Con un psiquiatra me he tenido que zafar de eso, porque genera una culpa terrible”
No es fácil describir a ésta científica quien vive rodeada de obras de arte, sin la posibilidad de que descubramos en su entorno inmediato un avanzado microscopio. Despojada del estereotipo, no podemos guardar en nuestra memoria la imagen de una bata blanca y de unos poderosos lentes de aumento. No porta ninguna de esas cosas que esperamos. Al contrario, sencillez a cuestas sirve de soporte a una estridente risa en la que se apoya con frecuencia. Si no fuera por las numerosas canas que se entremezclan como mechones alrededor de su rostro, un tanto aniñado, creeríamos que nos encontramos al frente de una mujer que no hace otra cosa que disfrutar por completo todo lo que hace, como lo puede disfrutar una adolescente. Aunque Irene Pérez Schael repite incansablemente, quizá por si no lo hemos escuchado, que a medida que transcurre el día se va deprimiendo.
Le sujetamos la búsqueda de confesión pública sobre lo que le propicia la situación de incertidumbre en la que percibe al país, para trasladarla a mitad de la mañana hacia los recuerdos que nos permitirán saber de donde viene una mujer que encabeza la historia de cuatro hermanos, uno de ellos ya desaparecido. Quedaron Irene, Beatriz y Carlos Alberto.
“Nací en Caracas en el Centro Médico en 1949. Hace más de medio siglo. La familia de mi mamá es mucho más intelectual que la de mi papá, pero creo que la carrera que estudié tiene mucho que ver con lo que hacía mi papá Carlos Pérez Espejo. Era agricultor y trabajó en todos los medios agropecuarios. Fue presidente de Fedeagro, vicepresidente del Banco de Desarrollo Agrícola y después presidente de mercadeo. Mi mamá fue un ama de casa. Ella me llevó siempre hacia el lado intelectual. Pude tener la imbricación de las dos alas. Creo que por eso estoy haciendo una ciencia muy aplicada cuyo beneficio sube muy rápido”.
La imagen del padre de los Pérez Schael está allí presente con la fortaleza que deja alguien que se caracterizó por la lucha social. Se interrelacionó activamente con diversos gremios, por los cuales trabajó con gran empeño. La madre de la familia impulsa aun más esa práctica, la cual casi sin temor a dudas puede haber marcado la decisión de su hija Irene, no tanto de trabajar a nivel científico, como de hacer de su trabajo una actividad cuyo fin es inminentemente social. Pausada atrapa los recuerdos para cargarlos de orgullo mientras los entrega.
“El tenía una hacienda pero trabajaba mucho con los gremios para transformar. Cuando estábamos en bachillerato y mi hermano menor estudiaba en La Salle, mi mamá empezó a hacer grupos que en aquel momento eran de avanzada. Íbamos de un colegio de niñas, el San José de Tarbes a visitar el colegio La Salle que era el de los varones, con el fin de hacer trabajo social. Eso contribuía a que uno se formara más. Se hacían cine-foros. Toda esa actividad también la trasladó a Chuao donde vivíamos. Esos grupos se hacían en la iglesia y el padre que era el párroco de Chuao, era muy amigo de todo el mundo, con lo cual se lograba que estuviera todo conectado”.
Han sido años de rodearse de interesantes pinturas y de haberse metido en la medida que iba descubriendo aquel mundo creativo en la Asociación de Amigos de la Galería de Arte Nacional, por la que estuvo trabajando desde el 1978 hasta el 1985. Después no ha dejado perder esa relación con la pintura y el color que tanto la enriquece.
“Uno tiene que tener aptitudes para llegar a ser bueno en algo, pero de alguna manera haces lo que ves, con lo que te conectas, lo que sucede a tu alrededor hace que tu sepas que por ahí es por donde te vas a meter. Sin embargo, profesionalmente, en mi casa, no había ciencias por ninguna parte. Por el lado de mi mamá está mi tío Guillermo José Schael, quien es periodista. Siempre tuvimos el ejemplo de gente que hace cosas. Yo creo que eso sí es algo que me marcó, no haces una vida rutinaria e inmediata”.
En medio de ese mundo particular crecía una jovencita que impulsada por todo lo que la rodeaba, decide un buen día convertirse en la editora de un periódico en el cual brindaba la alternativa a sus lectores de una serie de entretenimientos, incluyendo el respectivo crucigrama. Allí estaba, respaldada por su padre quien agradado ante la iniciativa de su hija no encontró otra cosa como no fuera imprimirle el periódico en un esténcil de alcohol. Irene podía pasar con mucha facilidad de editora a vendedora, puesto que vendía en el colegio a 25 céntimos cada ejemplar. En medio de la acción que ponía en evidencia a una niña emprendedora, también quedaba de manifiesto el respaldo paterno a sus inquietudes. Amor impreso en aquellas páginas por los cuatro costados.
“En el colegio San José de Tarbes, en tercer año, tuve una profesora en química que fue bastante exigente y pensé que iba a estudiar bioquímica por ella, porque siempre estuve como vinculada al cuerpo humano, aunque no quería ser médico y lo que hago ahora es algo de biomedicina. Sin haber pasado por la escuela de medicina”
El éxito de aquel periódico podía ser otro estímulo permanente a las inquietudes de una personalidad que ya se mostraba activa. Quedaba aclaro además que en aquella muchacha inquieta y extrovertida se gestaba una personalidad que se movía cómodamente entre las ciencias y las humanidades. Deslizándose sin traumas de un lado a otro de la vida y tumbando con ello esos mitos de que un lado no puede verse reflejado en el otro porque son incompatibles. Es así en ese descubrimiento de las diferencias que trae consigo la vida, que escribe también una novela con su prima María Sol de la cual recuerda en medio de carcajadas, que sólo fue leída por su padre y su abuelo.
“Mi mamá quería que fuéramos más hacia las humanidades. Ella leía mucho y a mi me gustaba también la lectura, pero me plantee que las ciencias no la podía aprender por mi misma. Quizá menospreciando lo otro, que sentía que lo podía tener anexado a mi vida sin necesidad de estudiar. Aunque siempre he querido estudiar filosofía y nunca he podido. Eso lo tuve claro en tercer año, cuando me tocó escoger entre ciencias o humanidades”
De cualquier manera todas las inquietudes de sus hijos eran estimuladas por unos padres, quienes seguramente tenían clara la importancia del medio donde éstos se desarrollaban. La madre inquieta se reunía de forma permanente con un grupo de amigas, con quienes no sólo jugaba, sino que compartía sus intereses por los textos de psicología, psiquiatría y la constante asistencia a importantes conferencias, en las que muchas veces se hacía acompañar de sus muchachos, y especialmente de una Irene quien con sólo 12 ó 13 años, tuvo que tomar apuntes sobre Teyllar de Chardin, como que si de una adulta se tratara. Entre tanto sus hermanos crecían a su lado, descubrimiento tras descubrimiento.
“Yo creo que en la crianza hay una diferencia, la mamá consiente al varón y el papá consiente a la hija. Mi mamá se quejó mucho porque ella era muy activa, ella trabajó y no la dejaron estudiar, así que ella quería que fuéramos mujeres preparadas y mi papá fue muy consentidor, le seguía los juegos a uno y al final yo creo que eso es una influencia determinante”.
“Estamos en unos países sobre protectores, donde no dejamos crecer a la gente, dígame los gobiernos. El Estado interviene demasiado”
Descubrir el tránsito estudiantil de Irene Pérez Schael, podría llegar a ser una aventura y no porque esta mujer metódica, ordenada y exigente no supiera con claridad lo que quería hacer, sino porque la vida comienza a accionar a su alrededor, retándola en más de una oportunidad a tomar los caminos que se iban abriendo ante sus ojos cargados de expectativas. Aun así no podríamos decir que en el desarrollo de su carrera está presente la suerte porque de inmediato estudio y disciplina eran la respuesta ante cualquier exigencia. Allí estaba una joven dispuesta siempre, a sorprender a la sorpresa.
“Entré a estudiar en la Universidad Central de Venezuela en una época de conflictos, de renovación académica. Era el año 1968. Estudié un año y unos pocos meses. En 1970 cerraron la universidad y me fui para Estados Unidos a estudiar inglés. Me quedé allá para hacer un pre grado. Esa época sí creo que me marcó. Allá lo enseñan a estudiar a uno diferente que aquí. Aquí todo era pura memoria, no hay nada de análisis. Yo me fui a Boston al Emmanuele College que quedaba cerca de la Facultad de Medicina de Harvard. Este aspecto era muy importante porque teníamos contacto con algunos profesores de allá”.
La insistencia, la curiosidad y la persistencia se colaban por las paredes de aquella habitación en la que se ordenaban pensamientos, inquietudes y conocimientos tratando de indagar siempre alrededor. Eran muchas horas de tránsito sobre las páginas de los libros, sólo como herramienta para tener las argumentaciones necesarias que permitieran cuestionarlo todo y en consecuencia, seguir indagando. Aquella capacidad de interpretación era un nuevo descubrimiento que dejaba atrás las debilidades de una educación evidentemente tercermundista, la cual nos hace a todos ejecutores y víctimas de la misma.
“Hice una tesis de grado sobre lipoproteínas que no me la exigían. Eso tenía que ver en como la dieta afectaba la composición de las lipoproteínas. En esa época un colombiano, el Dr. Herrera era el jefe de un laboratorio en la Escuela de Salud Pública de Harvard y había descubierto las lipoproteínas VLDL, (very low density lipoprotein) que son las lipoproteínas de baja densidad. Fue una tesis pequeña, no fue una tesis de gran impacto pero me enseñó a trabajar. Ellos te ponían un mínimo, pero tu podías hacer todo lo máximo que querías. Yo iba a exámenes que hacíamos en una biblioteca. No iba a fortalecer la memoria, iba a entender. Agarré una sociología en una época en que estaba el comunismo en efervescencia. No te restringían, te daban mucha libertad”.
Irene insiste en el tema de la educación. Allí puede percibirse la historia de un país, de cualquiera, el cual siempre dependerá de la formación de los individuos. Claramente se define como capitalista en la búsqueda de hacer entender que la única manera de que el país avance es que progresen los individuos. Cada vez expresa con más vehemencia, que queda claro que nadie progresa en comunidad, que nadie progresa en colectivo. Sin embargo manifiesta, que las posibilidades de cambio tienen que estar presentes y por ello a veces se pregunta si habrán cambiado los métodos en la Universidad Central de Venezuela, desde que ella pasó por allí.
“Después me fui para Harvard e hice allá la tesis en la Escuela de Nutrición, muy prestigiada en ese momento. Allá me recibieron muy bien y me dijeron, usted se queda aquí un mes, si sirve perfecto, sino, se va. Sin una recomendación atrás y sin ningún contacto”.
Es así, comenta, como hay que ganarse un espacio en la vida. Un espacio que conformado por el entorno familiar y después por el educativo, debería estimular a la formación de individuos y profesionales más capaces. Entre tanto gesto repetido juega con su pelo que de tan liso se le viene una y otra vez hacia la cara en la cual se enmarcan unos ojos inquietos. Aunque es su voz de tonalidades extremas la permanente protagonista.
“Yo siempre quise investigar, quise hacer ciencia, pero el área no estaba muy definida y creo que todavía no está definida, por eso fue que primero empecé en bioquímica. Después hice una tesis que era en nutrición, lo cual me condujo a meterme por esa área. Finalmente me gradué y como estaba casada tuve que esperar que mi marido terminara, así que trabajé 8 meses más en el laboratorio, ya como profesional”
“En mi vida hay un proceso en que el laboratorio se vuelve el gran protagonista y me exige horas continuas de trabajo”
“Después vine para acá, iba a trabajar y apliqué en la Nestlé. Yo estaba tan clara que quería hacer investigación y que lo que quería era investigar en lipoproteínas, que hice un contacto en el IVIC, donde no me admitieron. Es mejor eliminar el comentario del Dr. Camejo. Ante eso me conecté con el Dr. Miguel Ruiz en el Hospital Militar (no el Universitario), porque él tenía un servicio de endocrino donde trabajaba con lípidos y diabetes.
En medio de todo eso me dicen en la Nestlé que escogieron a dos personas para hacerse el examen médico. Le dije rápidamente al Dr. Ruiz `bueno, usted me acepta o no me acepta, porque sino me tengo que ir para la Nestle ´. Con él estaba claro que no me iba a pagar, pero me fui para allá. Pasé un año trabajando con pacientes y de allí, ya entré al post grado”.
Más que un reto se había dejado entrever una encrucijada, delineada ante una joven que apenas terminaba sus estudios. Estuvimos al borde de perder a una científica. Sin embargo la claridad estuvo presente al extremo de entender que no siempre las elecciones en la vida, tienen que ver con el dinero.
“Eso si fue como algo decisivo para orientarme, porque si me hubiera ido para la Nestlé lo que hubiera hecho era algo de tecnología de alimentos. Pero efectivamente ese era un primer contacto con los pacientes. Eran muchos pacientes psiquiátricos en un momento en que está Fernando Risquez en su apogeo. Pacientes que tenían que tener un apoyo psíquico importante, ya que se ha demostrado que el cerebro, el sistema endocrino y el sistema inmune están interrelacionados”.
Experiencia en mano, Irene confirma que la elección realizada en aquel momento preciso, no la alejó en lo absoluto del reconocimiento permanente que hay que tener sobre la importancia de los alimentos. Se detiene brevemente para expresar que el saber comer forma parte de un sentido de responsabilidad con uno mismo. Compromiso que debe crecer junto con cada persona, especialmente cuando se llega a los 40 años de edad. Ese es precisamente, el momento en que se engorda fácilmente. Reflexión que finalmente se vuelve altisonante atrapada en lo franco de su risa.
“Yo no me conformo. Estaba en mi laboratorio pero como se hacían reuniones semanales para discutir los casos, reuniones en las cuales el laboratorio tenía que decir lo que había encontrado, se revisaba el diagnóstico clínico y qué concordaba con qué. Se reunían todos los endocrinos y los psiquiatras. Esa no era mi área pero yo asistía y escuchaba, porque uno ve y aprende. De Allí salí para la Universidad Simón Bolívar a la Escuela de Ciencias de los Alimentos a buscar una maestría para poder hacer investigación. Tenía que hacer la tesis y ellos no tenían muchas opciones. Estaba haciendo un trabajo de investigación para otra materia donde estábamos tratando de evaluar todos los programas de educación nutricional que existían en el país y llegué al Instituto de Biomedicina, porque una amiga trabajaba allí y me iba a conectar con el Hospital Vargas. Ella trabajaba en la sección de investigación de enfermedades entéricas de la infancia, que estaba a cargo del Dr. Jorge Flores y él empezó a preguntarme que quien era yo y qué hacía. Hice la tesis en desnutrición y diarrea, ahí demostramos porque la diarrea se prolonga más en el desnutrido. Demostramos que tiene que ver con el recambio celular de la flora intestinal. Después y gracias a esto, terminé trabajando en diarrea. Total que yo nunca he practicado lo que he estudiado. Por eso es que yo digo que a mi lo que me enseñaron fue a pensar y he tenido que ser una autodidacta, por ejemplo, microbiología no la vi en la carrera”.
Durante mis estudios de post-grado nació mi único hijo: Oscar Augusto. Parecía un principito cuando pequeño. Después creció y estudió administración. Mi hijo es lo más importante que tengo en la vida. Es una persona con un alma muy generosa. No está casado pero tiene novia.
Irene transitaba ya hacia el camino de los Rotavirus, la causa más común de gastroenteritis severa en niños menores de 5 años, en los cuales a nivel mundial se producen aproximadamente 600,000 muertes por año, convertidos en una de las grandes causas de la mortalidad infantil.
“No es que yo he andado por un camino derechito, la vida mía me la he tenido que hacer yo, buscando una conexión aquí y allá, porque me he metido en sitios que no son como muy elaborados. Además la gente lo que hace es que se gradúa aquí en el pre grado y se va a hacer el post grado. Yo lo hice completamente al revés”.
Curiosa, insistente. En una búsqueda constante de respuestas en una maleta que pareciera cargar a cuestas, llena siempre de un sin fin de interrogantes. La información que obtenía de forma permanente, la lleva a entender que el camino de los estudios apenas comienza. Apenas comienza también, la responsabilidad que la amarraría para el resto de la vida y una especie de constantes compromisos frente a los que por no saber decir que no, genera como respuesta un vitilingo en la frente.
“Finalmente el Dr. Jorge Flores se fue a los Estados Unidos a trabajar en Los Institutos Nacionales de Salud (NIH). El venía de trabajar en Boston y aquello era todo una maravilla, así que no se adaptó aquí. El se fue y yo me quedé en el laboratorio”.
Irene Pérez Schael está al frente de la Sección de Enfermedades Entéricas de la Infancia en el Instituto de Biomedicina de la Universidad Central de Venezuela y es Presidente de la Fundación Venezolana para el Estudio de la Salud Infantil. Desde allí ha realizado una labor sin precedentes en el desarrollo de las vacunas para prevenir la diarrea severa causada en los niños, por la presencia de rota virus. Ella ha sido rostro, voz y gesto de Venezuela frente al mundo, insistiendo en que los descubrimientos también pueden surgir de nuestros países.
“La ciencia que yo hago, no la hago solita
porque me interesa que se aplique”
“Uno se gradúa, haces un doctorado, después haces un post doctorado y después es que empiezas a trabajar en un laboratorio, pero ser jefe que es donde tienes que escribir proyectos, administrarlos, definir líneas de investigación. Hay que prepararse. El Dr. Convit, el Director del Instituto, dijo quédese aquí.
El proceso vivido en un campo que para la época era dominado por los hombres, es asumido con una carga de orgullo disimulado por esta mujer que se encuentra transitando la década de los cincuenta. No hay duda que sus trabajos han marcado hitos importantes a nivel mundial, porque con todos los altos y bajos que normalmente acarrea la investigación científica, cada paso que se da, marca las pautas que contribuyen a alcanzar el desarrollo necesario y adecuado en el proceso y la generación de las vacunas. Mucho agua ha corrido bajo el puente e Irene ha podido ver como el mundo de la investigación ha sido tomado por las nuevas generaciones en las que hay muchas más mujeres que hombres, trabajando en el área.
“Yo no trabajo en lo más básico, por ejemplo, mecanismos de acción, infecciosos o como se produce la diarrea, he trabajado ligada a la epidemiología, es decir, a lo que la causa. Trabajo con la prevención y ahí viene el lazo con el impacto. Jorge Flores siguió en contacto con nosotros. En los Instituto Nacionales de Salud (Nacional Institutes of Health) donde él trabajaba, estaban creando y desarrollando vacunas. Era perfecto para empezar a evaluar las vacunas aquí. Para un proceso como ese, se necesita gente muy bien preparada. Nos preparamos y empezamos a hacer estudios a través de una colaboración con ellos. Los resultados de esos estudios tuvieron una consecuencia directa, hicimos trece estudios que fueron importantes para que le dieran la aprobación, el registro y la licencia de la primera vacuna”.
El campo de la investigación científica está conformado por un complejo entramado. En este mundo sus participantes están cada vez más preparados a moverse, como peces en el agua. De distintas especialidades o con diversas responsabilidades unos y otros se entremezclan, casi sin dar oportunidad a percibir los límites que los separan, la ciencia, la salud pública, la industria y el mercadeo.
“En la primera vacuna que salió, Venezuela fue el único país en desarrollo que realizó estudios que se utilizaron para el registro de la vacuna. Se hicieron estudios en Brasil y Perú con concentraciones muy bajas. El estudio clave se realizó en Venezuela y así salió en la revista más prestigiosa de salud del mundo, que es la The New England Journal of Medicine. El editorial se lo dedicaron a ese trabajo. Ahí si fui famosa, hasta me fue a entrevistar CNN. Tuve mis quince minutos de fama. Pero el camino de uno no es así de fácil y en la vacuna en la que estuvimos involucrados, en la que yo tengo la patente, no funcionó”.
El trabajo del científico contemporáneo ya no tiene que ver solamente con la búsqueda de la supervivencia del ser humano, también está estrechamente relacionado al desarrollo económico de los pueblos. Allí se debate hoy en día sobre conceptos que se manejan a nivel mundial y teorías que defienden el que solamente un pueblo sano es capaz de alcanzar su desarrollo. Hoy, no se habla de curar enfermedades, se habla de prevenirlas y es por ello que gran parte de la investigación que se realiza, enfocada en éste ámbito, continúa en la lucha pertinaz por obtener las vacunas necesarias para cumplir con el cometido planteado. La posibilidad de inmunizar a una población frente a determinadas enfermedades, no sólo disminuye la mortalidad de la misma, incide en todos los costos relacionados con la salud y obviamente con la productividad asociada al trabajo que puede desempeñar un individuo saludable.
“Esa primera vacuna, causante de muchos desvelos y de un arduo trabajo de años se conoce como RotaShield. Empezamos los estudios en el 1985 y se registró el 31 de Agosto de 1998, fecha en la cual obtuvo su licencia de uso en USA. Esta vacuna tetravalente fue recomendada para la inmunización de niños sanos, en su uso rutinario, esa gran felicidad, duró como nueve meses. Resulta que se producen casos de invaginación intestinal que pareciera que estaban asociados a la vacuna y la retiran del mercado”.
El proceso al que se enfrenta una científica de la calidad de Irene Pérez Schael es largo. Entre ese ir y venir de pruebas, resultados y experimentaciones, es fundamental la constancia, la disciplina y la investigación. Numerosos escalones conforman el recorrido, llenos de detalles además, que transitan desde lo que se conoce como la investigación inicial hacia la investigación básica y posteriormente la investigación aplicada.
“Ese proceso por el que hemos pasado fue muy interesante porque cambió y generó un nuevo paradigma en el desarrollo de vacunas y medicamentos, porque a lo mejor fue injusto su retiro del mercado. Eran los laboratorios Wyeth-Lederle. Ellos retiraron la vacuna cuando la Sociedad de Pediatría dijo que no la recomendaba más, claro, la FDA (Food and Drug Administration) no le retiró la licencia. El riesgo que se determinó en ese momento fue de 1 en 5, después de 1 en 10 y ahora se ubica en 1 en 30 mil. Por otra parte, el riesgo-beneficio en África o Bangladesh o en la India donde se mueren 70 niñitos diarios, indicaba que podría ser favorable aplicar la vacuna. Entonces se generaron unas discusiones éticas muy interesantes en la Organización Mundial de la Salud. Por cierto que ahora la vendieron a otro laboratorio, así que a lo mejor la van a comercializar.
La comunidad internacional de los Rotavirus estábamos todos deprimidos en el año 2000, pero se siguió trabajando y todo el esfuerzo que se hizo en producir ésta primera vacuna, sirvió para desarrollar las otras en un período mucho más corto”.
Mientras todo eso ocurría y aunque ella no nos lo dijera, demostrando una vez más su inquietud constante, Irene Pérez Schael como presidente ejecutiva de la Fundación Venezolana para el Estudio de la Salud Infantil (Fuvesin) se ganó un premio para desarrollar un estuche de diagnóstico para Rotavirus por Elisa, el cual fue otorgado por la Cámara Venezolana de Fabricantes de Cerveza, con el objetivo de obtener un diagnóstico correcto y oportuno de los rotavirus para que cada paciente reciba un tratamiento adecuado que contribuya además a evitar la medicación innecesaria con antibióticos. El patrocinio de este tipo de institución al área de la investigación se debe a que entre sus varias funciones, Irene Pérez Schael a través de su fundación se ha dedicado a la obtención de los recursos necesarios para poder llevar adelante sus investigaciones. Recursos en los que ha obtenido el respaldo permanente de su hermano Carlos, quien le sirve de asesor en la búsqueda y manejo administrativo de dichos aportes.
Al mismo tiempo en el momento que fue presentada esta herramienta de diagnóstico, se anunció que la misma permitiría recopilar con mayor certeza la información adecuada sobre la magnitud del problema en Venezuela.
“El proceso para la siguiente vacuna duró cinco años. Los estudios involucraban estudios clínicos gigantescos de 60 mil personas. Eran estudios muy costosos que financian los estudios farmacéuticos porque ellos van a recuperar esa inversión. Por eso las patentes tienen un periodo de protección para que puedan recuperar lo invertido”.
Irene trabajó arduamente y sigue trabajando convencida que en la prevención está la solución a los problemas de salud. Es allí en esa etapa del proceso en la que además se ven los efectos rápidos. Es importante para todo científico saber que se trabaja en algo, en este caso una vacuna que contribuirá a que se dejen de morir miles de niños en el mundo.
“Eso hizo que se quitara ese prurito que tenemos nosotros frente a los estudios. El cual tenemos porque somos unos acomplejados. No podemos hacer los estudios aquí primero, siempre se tienen que hacer en el país donde se desarrolla el producto, porque la meta era el mercado de Estados Unidos y Europa. Ahora se tienen que hacer en paralelo.
La segunda vacuna la produjeron unos médicos en Cincinnati y se la vendieron a Laboratorios Avant Therapeutics Inc y ellos a su vez se la vendieron a GlaxoSimthKline. Son procesos donde intervienen tantas personas. En este sentido GlaxoSmithKline decide abordar su estrategia de desarrollo y mercadeo en Latinoamérica y efectivamente se registra esta vacuna primero en Latinoamérica, que en Estados Unidos o Europa”
La epidemiología es un trabajo de retos constantes que permite demostrar cual es el impacto de la enfermedad. En el caso especifico del trabajo de Irene, las investigaciones sobre la diarrea demostraron en Venezuela, la importancia de que se “compre” la necesidad de una vacuna. Cuando se investiga sobre el tema se llega a la conclusión de que los trabajos que se han hecho en Venezuela a nivel epidemiológico y en Rotavirus han sido muy importantes. No en balde Irene ha sido merecedora del Premio Polar, uno de los más importantes galardones que se otorga en el área científica en nuestro país.
“Los primeros estudios los hicimos en Caricuao, en los Erasos y en Cotiza en Caracas y después me fui para Valencia, porque necesitaba un estado descentralizado que me diera apoyo. Allá estaban Enrique Salas Feo y Enrique Salas Römer, quienes fueron muy receptivos. Trabajamos en la Ciudad Hospitalaria Enrique Tejera, específicamente en el Hospital de Niños. Nuestro trabajo allí se inició en el año 1997. Empezamos con un sistema de vigilancia, reconocido como visible e importante por la Organización Mundial de la Salud.
Se hicieron los estudios, pero en la actualidad cerramos porque las condiciones ya no son las mismas.
Aun cuando la ciencia es un área de la cual se habla muy poco, quizá victima de unos estereotipos que rondan un mundo ajeno a la mayoría de los mortales, no hay duda del gran movimiento económico que genera en su entorno. Mover un incuantificable numero de personas quienes participan en las sucesivas etapas que culminarán con la creación del producto, no es una actividad que pueda adelantarse sin los recursos necesarios. La ciencia no es solo un cúmulo de pruebas y análisis encerrados en medio de cuatro paredes asépticas. A veces son inexplicables, desde el punto de vista de los neófitos, las numerosas pruebas que se llevan a cabo directamente en poblaciones previamente seleccionadas, sobre las cuales debe existir un padrón preciso, lo que finalmente conduce al registro del producto. Después de éste paso se llega al proceso de producción y finalmente a la comercialización del mismo.
Es fundamental también el conocimiento epidemiológico de la enfermedad que se investiga, así como la participación que tienen a lo largo de todo el proceso los organismos reguladores. Y es que estos son procesos en los que tienen que participar con igual interés tanto los organismos nacionales como los internacionales y locales. Por otra parte la participación de la industria farmacéutica es de gran importancia.
“Generalmente cuando se va a desarrollar un producto se quiere comercializar en un país de poder adquisitivo y a lo mejor no es tan útil allá, como es el impacto en países con otras necesidades, porque los rotavirus se encuentran en todas partes, pero se hospitalizan más y se mueren más en países de mayores necesidades”
“Un error me fastidia mucho. Soy ordenada.
Ahora más porque la memoria falla mucho”
Los científicos están conectados al proceso creativo. Un proceso que es muy continúo y en el cual nada puede ser pasado por alto. El proceso en que desarrollan su trabajo tiene que ser disciplinado, estudiar de forma constante y estar con la mente alerta. Hay momentos donde se hace un clic, pero nada sale si no se hace un trabajo sistemático que tiene que estar adecuadamente registrado en un mundo en el que hay tanta gente trabajando a un mismo tiempo, en un mismo tema. En el proceso científico el conocimiento avanza tan rápido que muchas veces deja atrás en cuestión de segundos, el más reciente de los descubrimientos. En biomedicina, se podría decir que los cambios son más pequeños que en otras áreas, pero son muchos más y más continuos.
“Hemos estado creciendo porque podemos tomar nuestras decisiones. Trabajamos en una segunda vacuna que se acaba de registrar aquí en Venezuela. Yo creo que ya yo cerré mi ciclo, así que espero que ésta no la vayan a retirar del mercado. Ya ésta vacuna está registrada en Brasil, en Chile, en Colombia en México, Republica Dominicana, Perú y Venezuela. Hay otra vacuna que la están desarrollando en paralelo en laboratorios Merck Sharp & Dohme y que la van a registrar primero allá.
En el desarrollo científico a nivel mundial no hay duda de la importancia del trabajo de los organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud. Así como son importantes los recursos que cada país destina para las investigaciones que se realizan dentro de sus fronteras.
“Desde hace unos siete años Bill Gates ha donado muchísimo dinero y gracias a él todos los procesos se han acelerado. Se creó la Global Alliance for Vaccines and Immunizations (GAVI) y hay un programa que se llama PATH para el desarrollo de tecnologías y aplicación en los países del tercer mundo. Tiene un programa especial para Rotavirus”.
Irene reconoce encontrarse en una etapa donde su interés por el área científica ha disminuido abrumada quizá por lo que sucede a su alrededor. Por momentos, sin perder el hilo de sus reflexiones deja traslucir una especie de desazón que un país como el nuestro no debería permitir que hiciera mella en una científica de su nivel.
“Yo estoy clara que se hizo algo muy importante. Algo que permitiría que se abrieran muchas otras puertas, pero resulta que ahora el país no te lo permite. Yo he tenido que rechazar proyectos internacionales porque no sé si el país me va a permitir llevarlos adelante. Ya no acepto financiamientos de afuera. Nosotros reclutábamos niños en la Maternidad del Sur en Carabobo y un día el gobernador se apropió de la maternidad, la cual estuvo cerrada por un tiempo. Uno no se puede exponer, un proyecto tiene plazos con los cuales hay que cumplir. No es fácil”.
Lo importante es que no hay duda de lo que se ha hecho. Miles de profesionales de diversas áreas pero todos ligados a la propuesta de prevención en el problema de las diarreas infantiles, están allí, conscientes cada uno de su participación. Han sido muchos años de trabajo en la búsqueda de la solución, a un problema que es sin duda un problema de larga data y en el cual los países desarrollados, aparte del nuestro, tuvieron una participación importante.
“Es muy gratificante, yo me siento muy orgullosa, pero me siento más orgullosa cuando veo a cada persona que está trabajando en los estudios. En los últimos estudios realizados en Valencia participaron 4.250 niñitos y darles una buena atención. Veías trabajando a doce pediatras al mismo tiempo y a tantas enfermeras como era necesario. Cada uno poniendo su pedacito, su granito de arena para lograr un mismo objetivo. Eso sí me hace sentir grande. Que me reconozcan los demás, yo no digo que no sea importante, lo que pasa es que a veces el país no te permite disfrutar de los logros y al final uno no sabe siquiera si lo está haciendo bien o mal.
En la actualidad los científicos de los países en desarrollo estamos cambiando. Nuestro trabajo está enfocado para producir drogas para la malaria, el chagas y otras enfermedades parasitarias, en donde los mismos necesitados están ayudando a buscar fondos para hacer investigaciones. Es interés de todos que el producto salga a la calle, después se comercializa y se pueden hacer convenios con las industrias para que se vendan más baratos. Para la ciencia es muy importante trabajar en conjunto, ese concepto de la cultura del opresor o del invasor ya pasó”. Eliminar este texto porque no es coherente.
“Me tengo que cuidar yo para no ser una carga.
Si estoy en buenas condiciones puedo ayudar a los demás”
Descubrimos a Irene en el medio de su propio espacio. Allí donde ha hecho su vida, compartida con un hijo que a los 30 años, según sus propias palabras, sigue demandando de su atención. Un pequeño lugar en lo que pudo haber sido un balcón se delata como estudio. Seguramente es allí donde quizá se sienta frente a su computadora los sábados y domingos para escribir. Sabemos que cuida minuciosamente cada detalle de los artículos que después leerán miles de científicos en todo el mundo.
“No me es difícil escribir pero se necesita tiempo. Uno tiene que estar consciente que para empezar a hacerlo y para lograr la realización de un artículo te llevas todo el día trabajando en eso. Resulta que la rutina no te lo permite, porque lo pierdes y tienes que volverlo a empezar. Tienes que producir el conocimiento, contrastarlo con lo que está pasando, defender tu posición contra otros resultados. Por otra parte me gusta mucho la literatura que tenga que ver con procesos humanos, con las transformaciones, las mujeres que escriben bien. Me gusta Rosa Montero, me gustan las mexicanas. Me gusta leer mucho de psiquiatría, psicología y filosofía. Yo no soy muy auditiva, cuando oigo algo de música es clásica. Yo puedo vivir sin música, sin los libros no”.
A sus 56 años escuchar a alguien como esta mujer que ha estado en una lucha permanente decir que ya está vieja, nos pone en guardia. Explica que después de trabajar 8 horas completas hace un relax. Aquellos tiempos de levantarse a las 4 de la mañana a estudiar o a trabajar hasta igual hora, como llegó a hacerlo en su momento, hace mucho que quedaron atrás. Ella ríe nuevamente, pero insiste.
“A lo mejor lo que quiero es ponerme a estudiar filosofía, pero no me siento conectada a hacer ciencia en este país. Me han ofrecido irme fuera pero no sé si eso me interesa. Me faltan cuatro años para jubilarme. Me siento vieja y estoy como cerrando un ciclo. Como ya la vacuna está en la calle yo digo que mi misión aquí en la vida, ya se cumplió”.
Esa mujer que en algún momento se planteó el querer trabajar en un laboratorio para no tener contacto con la gente, reconoce que esa aseveración no fue más que una mentira en su vida.
“Si hubiera querido hacer eso, no me meto en las revistas médicas. Yo creo que ese estereotipo está más ligado a la personalidad de la gente que pueda tener rollos, que sea un introvertido. No era una cosa que marcara mi conducta. Ahora sí. Ahora necesito estar más sola, ahora la gente me aturde. Ahora me canso. Mi manera de descansar un domingo, es no hablar por teléfono y no salir para la calle. Estar con mis libros, con la música”.
Se ríe como queriendo restarle importancia a la confesión realizada, pero continúa ya más mujer que científica…
“Uno tiene que saber lo que uno quiere, ser claro. Con todo lo que me ha costado tener un hijo sola, yo me he dado mis gustos porque creo que tengo que estar bien para poder darle a él lo mejor de mi. No soy una persona amargada, todo el día reprimiéndome y no creo que las mujeres que sobresalen lo logran porque sean egoístas. Lo que sí puede ser es que la mujer se conecta emocionalmente con lo que hace y eso es un gran soporte. Es por ello que la mujer no necesita tanto a la pareja, no necesita el consuelo y puede hasta aprender a estar sola. No necesitas que te digan que lo estás haciendo bien, aunque claro, es muy sabroso tener un marido en quien apoyarte, con quien compartir. Es la forma de no tener uno la responsabilidad completa. Lo que sucede es que muchas veces tenemos miedo a actuar y a ser responsables de nuestros actos”.
No duda en afirmar que la mujer ha avanzado mucho y que ha ocupado importantes espacios. Se mueve inquieta en medio del sofá, mientras repite con mayor insistencia el gesto con que se aparta el cabello de la cara.
“Los hombres están temerosos y todavía no se han acostumbrado, se tienen que adaptar para responder y aceptar. Yo me aprovecho de mi condición de mujer, los investigadores internacionales me consienten mucho y yo fascinada con que me consientan. Nunca he sentido competencia. Desde el punto de vista gremial en Estados Unidos todavía se ve alguna discriminación, pero yo no la he vivido”.
Finalmente, ya de vuelta a su oficio, Irene se ubica en un mundo donde todos parecen ser más completos en su proceso formativo. Pareciera a su vez que los científicos necesitan recrear su espíritu porque de otra manera podrían convertirse en seres tan pragmáticos que las emociones estarían condicionadas a sus propias formulas.
“Yo lo que creo es que el científico es más completo. El científico lee, le gusta la música, le gusta el arte. Somos personas determinadas por la curiosidad, los que somos amigos estamos conectados y nos vemos en las exposiciones. Nos vemos en los conciertos, en las obras de teatro. Leemos y compartimos lo que leemos”.
El estereotipo ha quedado vencido. Podríamos sumar las horas de trabajo de todos aquellos hombres y mujeres que luchan por lo mismo en diversos lugares del mundo y alcanzaríamos millones. Ellos trabajan sin cesar por salvar al hombre de sus males. En esa suma quizá obtendríamos tiempo suficiente para repetirlos a todos una y otra vez en la vida. Tal vez como respuesta a lo tanto que se han esforzado por salvarnos. El gran reto de la humanidad es la supervivencia y la búsqueda de respuesta ante todo aquello que aún es inexplicable.
“Creo que la ciencia lo explica todo y va a llegar a explicar todo lo que ahora se está manejando sobre las distintas dimensiones, o sobre las conexiones como la telepatía. Todo se va a encontrar en algún momento. Si hablamos de Dios diría que Dios existe. A veces sí y a veces no. Esa es una ventana que tengo que dejar para un rato después. Cuando uno trabaja en ciencia, a diferencia de lo que la gente cree, como uno es un científico que puede demostrar todo, puedes tener la seguridad que Dios no existe, pero cuando uno estudia el cuerpo humano, o como la naturaleza está constituida, piensas que debe haber algo grande que haya creado esto. Esto así sólo por pura evolución, a veces, parece como difícil”.
Nota complementaria: A 1 año de realizada esta entrevista el estudio internacional que probó la efectividad de la vacuna contra el rotavirus que produce las diarreas en los niños y en el cual Irene Pérez Schael figura como segunda autora, fue seleccionado como la mejor investigación de 2006 por la revista The Lancet
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